miércoles, 23 de marzo de 2011

La salida del Sol





Viejo necio afanoso, ingobernable Sol,
          ¿por qué de esta manera,
a través de ventanas y visillos, nos llamas?
¿Acaso han de seguir tu paso los amantes?
          Ve, lumbrera insolente, y reprende más bien
          a tardos colegiales y huraños aprendices,
anuncia al cortesano que el rey saldrá de caza,
ordena a las hormigas que guarden la cosecha;
          Amor, que nunca cambia, no sabe de estaciones,
          de horas, días o meses, los harapos del tiempo.

¿Por qué tus rayos juzgas
tan fuertes y esplendentes?
          Yo podría eclipsarlos de un solo parpadeo,
          que más no puedo estarme sin mirarla.
Si sus ojos aún no te han cegado,
fíjate bien y dime, mañana a tu regreso,
          si las Indias del oro y las especias
          prosiguen en su sitio, o aquí conmigo yacen.
Pregunta por los reyes a los que ayer veías
y sabrás que aquí yacen Todos, en este lecho.

Ella es todos los reinos y yo, todos los príncipes,
y fuera de nosotros nada existe;
          nos imitan los príncipes. Comparado con esto,
          todo honor es remedio, toda riqueza, alquimia.
Tú eres, Sol, la mitad de feliz que nosotros,
luego que a tal extremo se ha contraído el mundo.
          Tu edad pide reposo, y pues que tu deber
          es calentar el mundo, con calentarnos baste.
Brilla para nosotros, que en todo habrás de estar,
este lecho tu centro, tu órbita estas paredes. 

John Donne

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